domingo, 8 de septiembre de 2013

Nunca se supera la pérdida de aquellas personas que lo han sido todo.


Es lo que en sí conlleva amar. Cuando esa persona ya no está. Cuando por circunstancias, el destino te arrebata a quien es irreemplazable, sientes un vacío que difícilmente volverá a llenarse. Se aprende a vivir con ese vacío. En algún momento, con el paso del tiempo, dejamos de prestarle atención. No lo olvidamos, sabemos que está ahí, pero simplemente dejamos espacio en nuestra mente para no sentirlo tan dentro. No queremos pensar. No queremos recordar porque los recuerdos solo hacen daño. Dejan un sabor agridulce que difícilmente se puede ignorar. Mientras, para los demás la vida sigue, como si para el mundo tu perdida fuese irrelevante. Encuentras apoyo en quien estuvo ahí siempre. En aquellos que con su ánimo, consiguen sacarte esa sonrisa que aunque no sea de felicidad sirve para acallar, aunque sea un instante, el frío que te congela el alma. Los pequeños detalles te traen recuerdos a la mente, cosas imposibles de olvidar. A veces hay que pararse a valorar lo que tenemos porque podemos perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos, y puede que lo perdamos para siempre. Pero cuando amas, te arriesgas a perderlo todo.