miércoles, 30 de abril de 2014

No podemos dejar que el mundo conozca nuestras debilidades. 

Hay detalles que arañan el corazón y dejan heridas más profundas de lo que parecen. Un rasguño en el alma no se cura de un día para otro, pero hay momentos en los que no podemos permitirnos ser débiles. Ni una lágrima. Simplemente ignorarlo todo, dejar que nadie note el dolor, por muy afectados que estemos. No podemos permitir que nada ni nadie nos destruya, ni siquiera nosotros mismos. A veces tenemos que demostrarnos estar por encima de todo y de todos e intentar que las cosas dejen de provocarnos sufrimiento. Hay que cubrir el corazón con una armadura que no deje pasar a nadie, ni siquiera a quienes buscan refugiarnos en momentos duros. A veces el mejor remedio es la soledad. Hay que aprender a hacerse fuertes desde dentro. No mostrar dolor, ni debilidad. Hay que dejar atrás los sentimiento, y congelar los buenos momentos y vivir de ellos. El dolor no desaparecerá, pero la mente es sabia, y podemos bloquear aquello que nos llena de dudas y hace que se nos llenen de sangre los pulmones y no podamos ni siquiera respirar. Y por las noches, cuando estemos solos, justo antes de dormir, dejarlo todo ir. A veces solo podemos permitirnos dejar de ser fuertes, cuando no haya nadie alrededor para intentar destruirnos.


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